Dragones y Mazmorras
A veces el trabajo alberga grandes momentos. Y uno de ellos
lo viví ayer, donde la imaginación, una vez más la imaginación, nos hizo
olvidar por unos instantes los micrófonos y me llevó a uno de los grandes
recuerdos de mi infancia. Ese recuerdo era animado. Volvía a mi cabeza aquella
época en la que solamente había dos canales de televisión y ponían dibujos
animados a las tres y media los fines de semana. Justo después del Telediario,
o lo que es lo mismo, después de comer. Ese recuerdo me llevaba concretamente a
los domingos de mediados de los ochenta (lamentablemente no recuerdo el año). Y
allí estaba yo, sentado en el sofá junto a mi hermana, con una bolsa de
gusanitos de la marca Rufinos en mis manos. Entonces era cuando los rayos
catódicos nos emitían más colores que nunca al mismo tiempo que sonaba una
canción de uno de esos grupos infantiles idos a menos y cuyas vidas, treinta
años después, serían dignas de un serial de sobremesa. Hablo de “Dragones y
Mazmorras”. Ahí estaban unos pobres infelices que se montaban en una atracción
de feria de la cual no saldrían supuestamente nunca (la serie dejó de emitirse
por falta de presupuesto en su productora) y cuya meta no era otra que volver a
casa a base de luchar contra el temible Venger.
Con el paso de los años “Dragones y Mazmorras” se ha
convertido en una frase hecha de mi verborrea. A día de hoy, “Dragones y
Mazmorras” es por ejemplo la localidad madrileña de Getafe, ciudad bien
señalizada para llegar a ella, pero de difícil abandono por la falta de
carteles indicativos que te muestren cual es la autovía que debes tomar para
salir de allí.
Pero “Dragones y Mazmorras” también lo utilizo como sinónimo
de ostracismo, esa técnica inventada en la Edad Antigua y que sirve para echar
a una persona de una localidad (por aquel entonces conocidas por polis) y a la
cual nunca retornaría. De este uso del título de la serie de televisión (de
pequeño no tenía ni pajolera idea que estuviese basado en el primer juego de
rol de la historia) sale lo que ocurrió ayer durante las primeras horas de la
emisión dominical de “Tiempo Añadido”, donde saltó la noticia de que el ex
seleccionador de balonmano Valero Rivera tomaba las riendas del combinado de Qatar,
y que le ofrecía el puesto de segundo entrenador a Iñaki Urdangarín, persona
que, como bien saben, está siendo juzgado al estar implicado en el denominado “Caso
Nóos”. Urdangarín (también conocido por el duque empalmado, Urdanmanguín o,
simplemente, el marido de la Infanta Cristina) parece que tomará rumbo a Qatar,
y más teniendo en cuenta que el fiscal que investiga el hecho de corrupción por
el que le están juzgando, no se opone a su cambio de domicilio. Todavía sigo
perplejo como esta gentuza puede seguir libre después de reírse, y de qué modo,
de todas las personas que le estamos manteniendo. Es increíble que a día de hoy
pueda pasearse tranquilamente por la calle con el único obstáculo de tener que
sortear objetivos de cámaras y micrófonos.
A la cárcel tendría que ir este mangante (y nunca mejor
dicho) como mínimo. Pero mejor sería que llegase al maravilloso mundo de “Dragones
y Mazmorras”, un mundo infernal, del cual no pudiese salir por muchos
artefactos con poderes que tuviese. Teniendo de dormir al aire libre como tanto
indigente que se ve en la calle por lo mediocre que es la vida. Enfrentándose a
sombras malignas, orcos y personajes calavéricos que únicamente quieren arrebatarles
todo lo que tiene. Comprobando que esos seres que siempre hemos visto con
rostros demacrados son espejos donde se pueda fijar el ex internacional de
balonmano. Porque aquí, en el mundo material, son la denominada “gente guapa”
los que se ríen de los “feos”, o mejor dicho, de los que sí cumplimos con la
ley.